Cada 28 de junio, millones de personas salen a las calles en todo el mundo para recordar que el Orgullo no es solo una celebración: es un acto político, de resistencia y de memoria.

Precisamente la elección de esta fecha también tiene un cariz reivindicativo, habiéndose elegido para conmemorar los disturbios de Stonewall de 1969 en Nueva York, en los cuales la opresión policial y la discriminación sistemática a personas LGTBI+ que se encontraban en el pub Stonewall Inn sirvieron como catalizadores para la organización política de la comunidad en torno a grupos de lucha por sus derechos.

En 2025, tras más de 50 años de lucha y resistencia, en varios países se aplauden los avances legales del colectivo, mientras que otros tantos niegan o retroceden peligrosamente en derechos, visibilidad y libertad para las personas LGTBI+. En este sentido, Human Rights Watch (2025) expresa que existen muchos países que han aprobado leyes para proteger los derechos LGTBI+, pero que en paralelo crece la violencia y los crímenes de odio incluso en esos mismos países.

En este artículo realizaremos un recorrido por la historia del movimiento LGTBI+, desde sus orígenes hasta los logros actuales y los desafíos que aún persisten, centrándonos en algunos de los hechos más relevantes de la lucha por el reconocimiento de los derechos del colectivo, tratando de mirar al pasado con memoria, al presente con conciencia y al futuro con esperanza.

AYER: Derechos en expansión…y en retroceso

La historia nos hace creer que existe una evolución unidireccional y teleológica hacia el progreso, hacia la mejora, pero nada más lejos de la realidad.

En la Grecia y la Roma clásica las prácticas homosexuales eran aceptadas socialmente, si bien tenían connotaciones muy distintas a las actuales. En la cultura indígena de América del Norte, previa a la colonización, existía una gran variedad de identidades y roles de género más allá de los que conocemos en Occidente. Y en la antigua China, se ha encontrado evidencia de la normalidad de las relaciones homoafectivas en textos históricos y de literatura.

En China, por ejemplo, existía el término “Pasión de la Manga Cortada”, una expresión para hacer alusión a la homosexualidad, tras uno de los episodios vividos por el Emperador Ai de la Dinastía Han (206 a.C.-9 d.C.) y Dong Xian, en el cual el Emperador prefirió cortar la manga de su única túnica antes que despertar a su amante hombre, que se había dormido sobre ella.

Sin embargo, en términos generales, con el desarrollo de las culturas, la aproximación a una perspectiva religiosa más conservadora, la colonización y la imposición de normas occidentales, muchas de estas expresiones de afecto y de la propia identidad fueron reprimidas brutalmente.

Este proceso no solo supuso un silenciamiento de cuerpos e identidades, sino también una reconstrucción forzada del deseo, la familia y los roles de género bajo moldes binarios, patriarcales y heteronormativos. Así, el legado de muchas culturas que reconocían, celebraban o simplemente aceptaban la diversidad fue arrasado, etiquetado como “desviación” o borrado por completo de la historia.

La colonización no solo ocupó territorios, sino también conciencias: impuso una visión del mundo en la que lo diverso debía corregirse, disciplinarse o desaparecer. Y sus efectos siguen presentes hoy en las legislaciones, en los discursos públicos y, sobre todo, en las violencias cotidianas que siguen marcando la vida de millones de personas LGTBI+ en todo el mundo.

Antes del siglo XX se encontraba generalmente que la homosexualidad masculina era criminalizada y perseguida. Por su parte, la femenina no comenzó a serlo hasta más tarde, cuando la sociedad dejó de considerar que eran meros matrimonios bostonianos, relaciones platónicas de “gran intensidad” o anomalías asociadas con la prostitución.

Asimismo, entonces y ya en el siglo XX, encontramos claros ejemplos de personas trans que no eran aceptadas en la sociedad, desde Lili Elbe hasta Marsha P. Johnson – madre de movimiento queer como participante de los disturbios de Stonewall y actividad en la lucha contra el SIDA –, o personas intersex que se han visto forzadas a ser sometidas a operaciones para encajar en el modelo binario sin su consentimiento, como Iryna Kuzemko, activista.

HOY: Radiografía del presente LGTBI+

POLÍTICA Y SOCIEDAD

El siglo XX marcó un punto de inflexión en los derechos de las personas LGTBI+ por todo el mundo, sin embargo, hoy en día todavía seguimos encontrando muchos casos en los que, por ejemplo, desde los ámbitos médico y social, se sigue obligando a las personas a encajar en el convencionalismo hombre/mujer.

Por tanto, hablar del presente LGTBI+ es hablar de una paradoja: vivimos en la era de los mayores avances legales de la historia, pero también en un tiempo de creciente reacción y violencia. La conquista de derechos no ha traído consigo una aceptación plena ni una garantía universal. En realidad, ha activado resistencias profundas, a menudo disfrazadas de discursos sobre “la familia”, “la infancia” o “la libertad de expresión”.

En el corazón de Europa, donde se presumen valores democráticos y de igualdad, la realidad es profundamente desigual.

Alemania ha aprobado una ley de autodeterminación de género (2024) histórica, mientras Hungría legisla contra los contenidos LGTBI+ y prohíbe el Orgullo bajo la excusa de “proteger a los menores” (2025). A su vez, en Italia madres LGTBI+ logran reconocimiento legal en certificados de nacimiento de sus hijos, mientras que en (2025) Bulgaria impone la censura LGTBI+ en las escuelas (2024). Por su parte, en Reino Unido, el Tribunal Supremo ha limitado la definición legal de mujer al sexo biológico, excluyendo a las mujeres trans en contextos legales clave como vestuarios o competiciones deportivas (2025).

Frente a esto, el Parlamento Europeo responde con resoluciones y demandas, pero en muchos casos llega tarde o con escasa capacidad de freno.

En España, la legislación ha sido pionera: desde la ley del matrimonio igualitario de 2005 hasta la reciente obligación de contar con planes LGTBI+ en empresas de más de 50 personas (2023). Sin embargo, los datos revelan grietas en ese aparente progreso. Según el informe 2023 de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), en términos generales, un 75% de las personas LGTBI+ perciben un aumento de la violencia, y solo una de cada diez denuncia cuando es víctima. Asimismo, aunque más centros que nunca abordan estos temas en positivo, las escuelas españolas siguen siendo un lugar hostil para el colectivo: el 66% del alumnado LGTBI+ reconoce haber sufrido acoso. Y en el entorno laboral, el “armario” se refuerza: solo un 12% se visibiliza ante sus superiores.

Fuera de Europa, las tensiones se intensifican.

En Estados Unidos, el regreso de Donald Trump al poder (2024) ha traído consigo un discurso que niega el reconocimiento legal de las personas trans, reduce la diversidad a una “ideología peligrosa” y amenaza con revertir avances conquistados. A la vez, en esta misma realidad política, emergen figuras como Sarah McBride, primera senadora estatal trans (2020), que desafían desde dentro este sistema hostil.

En América Latina conviven avances legales significativos con niveles alarmantes de violencia contra las personas LGTBI+.

Mientras que México prohíbe las terapias de conversión (2024), acoge a migrantes LGTBI+ que huyen de la persecución (2024) y 22 de sus 32 estados reconocen las identidades trans (2025), Samantha Gómez Fonseca, activista trans aspirante al Senado, es asesinada (2024).

En Colombia y Argentina, a pesar de la legalización del matrimonio igualitario y leyes de identidad de género, miles siguen siendo víctimas de crímenes de odio; y reportes oficiales (2020) señalan que 1 de cada 5 personas LGTBI+ en Colombia ha sufrido terapia de conversión. En 2022 en Brasil, se registraron más de 270 muertes violentas de personas LGTBI+, entre las cuales se contabilizaban unos 30 suicidios relacionados con su discriminación.

La tensión es evidente: los derechos reconocidos no han garantizado la seguridad del colectivo.

Si bien en Asia se están abriendo grietas de esperanza, también proliferan regímenes autoritarios que criminalizan la diversidad. Tailandia es un faro en el sudeste asiático: el matrimonio igualitario entró en vigor el 22 de enero de 2025, convirtiéndose en el tercer país asiático en legalizarlo (tras Taiwán y Nepal). En Nepal, tras un fallo judicial de junio de 2023, se comenzaron a registrar enlaces entre personas del mismo sexo, aunque la burocracia local sigue poniendo obstáculos.

En Corea del Sur, el Tribunal Supremo determinó que las parejas del mismo sexo pueden acceder a beneficios del seguro sanitario familiar. Japón, aunque aún no reconoce legalmente el matrimonio igualitario, vive un movimiento hacia la igualdad con decisiones de tribunales inferiores sobre el derecho a casarse.

Pero en Oriente Medio y Asia del Sur, las violencias son extremas.

En Irán, Arabia Saudí o Brunei se castiga la homosexualidad con pena de muerte; en países como Bangladesh o Malasia se persigue. Las personas activistas enfrentan arrestos y represión constantes.

Y en África el panorama sigue siendo especialmente preocupante.

Sudáfrica es el único país del continente que protege contra la discriminación basada en la orientación sexual (1997) y que ha legalizado el matrimonio LGTBI+ (2006). Y, si bien algunos países, como Lesoto (2010), Mozambique (2015), Botsuana (2019) o Angola (2021), han comenzado a despenalizar la homosexualidad, la protección legal contra la discriminación de las personas LGTBI+ sigue siendo prácticamente inexistente en el continente africano.

De los 54 países que conforman el continente, 31 penalizan aún la actividad sexual consentida entre personas del mismo sexo, pese a que esto contradice claramente las normas internacionales de derechos humanos y de la Unión Africana. Casos como la “Ley contra la Homosexualidad” en Uganda (2023) o la legislación sobre “Protección de la Familia” en Kenia (2023) son ejemplos extremos de este incumplimiento.

En consecuencia, todavía hoy, en la gran mayoría de los países africanos, las muestras públicas de afecto entre personas de un mismo sexo pueden ser “mal vistas” y resultar en situaciones peligrosas para sus protagonistas

REFERENTES POLÍTICOS Y CULTURALES

Aun cuando los cambios legislativos y normativos cambian tan paulatinamente hacia una posición más garantista de los derechos de las personas LGTBI+, la visibilización del colectivo ha cambiado drásticamente y se constituye como una herramienta fundamental con la que facilitar la vida del colectivo, incluso en ambientes conservadores.

Como referentes políticos, en este sentido mencionábamos con anterioridad a Sarah McBride, política y activista LGTBI+ en EEUU. En España podemos hablar del exconcejal del Ayuntamiento de Madrid por el PSM, Pedro Zerolo, que tuvo un papel muy importante en la defensa de los derechos de la comunidad, incluso como presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB), y que ayudó a impulsar la Ley de Identidad de Género de 2007.

En Sudáfrica en 2014, contábamos con el primer diputado negro abiertamente gay, Zakhele Mbhele, que mantuvo su posición hasta 2024. Zakhele sirvió como un referente para la comunidad LGTBI+ de su país. Él mismo explicaba “que haya más personas abiertamente gays que consiguen sus objetivos en la sociedad puede ayudar a contrarrestar ese daño [homofobia], al ofrecer a los jóvenes LGTBI+ modelos en los que inspirarse para edificar su propia autoestima y trabajar con ambición para conseguir sus sueños”.

En Australia, personas como Josh Cavallo, futbolista profesional abiertamente gay, también se visibilizan públicamente con dos objetivos: poder vivir su auténtico “yo” y demostrar a otros/as que recibirán apoyo, incluso en lo que el propio Josh define como “un contexto donde predomina la masculinidad cerrada”, como es el fútbol de élite.

La visibilidad del colectivo en la cultura también ha desempeñado un papel clave.

Actualmente hay una gran variedad de referentes LGTBI+ en series, películas, cómics, libros…, pero no se puede obviar la importante evolución de la visibilización y el tratamiento del colectivo LGTBI+ en estos productos culturales: desde su negación, tratamiento velado y/o marginal estereotipado o negativo hasta su tímida exploración y plena normalización.

A partir de Stonewall en países de cultura occidental (Europa, América del Norte, Australia y Nueva Zelanda), empieza a visibilizarse cada vez más al colectivo siguiendo la evolución descrita, hasta llegar a producciones actuales que abordan la diversidad de forma protagónica, con naturalidad y sin estigmas: “Orange is the new black” (2013), “Skam” (2015), “Con amor, Simon” (2018), “Euphoria” (2019) “La Veneno” (2021), “Heartstopper” (2022), etc.

En los países de América Latina, tratando de seguir la estela occidental, las producciones audiovisuales incluyen cada vez más identidades diversas (homosexuales, trans, no binarias…), si bien estas todavía enfrentan algunos desafíos (según el país: censura por presión de grupos religiosos, conservadores o políticos, falta de financiación pública, dificultad para entrar en el mercado occidental hegemónico, etc.). Ejemplos de ello podrían ser “Otra película de amor” (2012), “Una Mujer Fantástica” (2017) o «Chabuca» (2024).

En los países del este asiático, aparte de las producciones audiovisuales, el manga, el anime y el webtoon son productos culturales que también han reflejado y reflejan una evolución en este sentido. Si bien en Japón se exploraba la homoerótica en este formato desde los años 70, volviéndose mainstream hoy en día, en China, Tailandia o Corea del sur, aunque se siguen manteniendo fuertes tabúes, el género BL (Boy’s Love) parece estar haciendo algunos avances, ejemplos de ellos podrían ser “Here u are” (manhua, 2010-2017) o “Semantic error” (k-drama, 2022).

Por su parte, en algunos países, sobre todo en África y Oriente Medio, en los que la diversidad sexual es considerada un crimen, la distribución de este tipo de contenidos enfrenta fuertes limitaciones legales, religiosas y sociales, es en la diáspora donde se han logrado abrir algunos espacios simbólicos en este sentido (por ejemplo, “Guapa” 2016 de Saleem Haddad).

Siendo también producciones audiovisuales, si bien de otra naturaleza, cabe mencionar asimismo la aparición de reality shows, programas que muestran la vida real o situaciones (supuestamente) no ficticias, en los que participan o directamente están protagonizados por personas LGTBI+, como, por ejemplo, “RuPaul’s Drag Race” (EE.UU. y franquicias internacionales – Reino Unido, España, Francia, Tailandia, Brasil, Filipinas, entre otras), “Queer Eye” (EE.UU.), “The Boyfriend” (Japón) o “To get her” (Corea del Sur). Aunque productos de entretenimiento, estos realities representan un claro desafío público a la hegemonía de las normas de género, sexualidad y expectativas sociales.

CRÍTICA Y VANALIZACIÓN DE LA LUCHA LGTBI

Sin embargo, esta visibilidad no está exenta de críticas, tanto desde fuera como desde dentro del movimiento.

La visibilidad tiene un precio. En redes sociales y en medios de comunicación muchas personas visibles del colectivo son objeto de discursos de odio, desinformación, acoso o intentos sistemáticos de censura. En internet, por ejemplo, la desinformación y el odio se viralizan con rapidez, amparados muchas veces por el anonimato y por algoritmos que priorizan la polarización sobre el respeto. Intensificándose esta realidad en contextos conservadores.

Por otro lado, a medida que las identidades LGTBI+ han ganado espacio en la cultura popular, también han crecido los intentos de su instrumentalización, como demuestra, por ejemplo, el fenómeno del rainbow washing: marcas que adoptan los colores o los símbolos del orgullo durante el mes de junio pero que no sostienen compromisos reales durante el resto del año.

Año tras año no es difícil encontrar artículos sobre empresas que se pintan con la bandera arcoíris, pero realmente no toman acciones a favor del colectivo ni de su protección.

En EEUU, un 39% de las grandes empresas planean reducir su participación pública en los actos del Orgullo 2025; muchas retiran patrocinios o símbolos, según Gravity Research, mientras siguen mostrándose como LGTBI+-friendly.

Este uso superficial de la diversidad refuerza una idea peligrosa: que para ser lgtbi+friendly basta con mostrarse inclusivo/a sin transformar las estructuras de poder ni combatir las discriminaciones cotidianas.

MAÑANA: Y ahora… ¿qué esperar?

Por todo lo dicho, imaginar el futuro global de los derechos LGTBI+ implica aceptar dos verdades incómodas:

  1. El contexto actual del movimiento LGTBI+ es el de una ciudadanía global profundamente fragmentada: mientras algunos países avanzan y consolidan derechos, otros los recortan o los niegan, criminalizándolo y castigándolo.
  2. Ningún avance es irreversible. La historia nos ha enseñado que lo que hoy se conquista mañana puede estar en riesgo, o directamente perderse.

Y solo ha habido, hay y habrá una manera de enfrentar estas verdades: la movilización y el escrutinio crítico a quienes legislan desde el prejuicio.

Los movimientos sociales siguen desempeñando un papel fundamental como contrapeso y vigilancia ante la instrumentalización del movimiento, los actos/discursos de odio o los retrocesos legislativos. Desde Stonewall (1969), estos movimientos se han convertido en una herramienta política clave para el colectivo, capaz de visibilizar y denunciar la discriminación, pero también de transformar imaginarios, cuestionar normas y ampliar los márgenes de lo posible.

Por ello, son tan importantes tanto las Marchas del Orgullo anuales realizadas por todo el mundo (Madrid, São Paulo, Nueva York, Taiwán, Ciudad del Cabo, Sídney…) y, en especial, en zonas de fuerte oposición política y religiosa, por ejemplo la “20ª Marcha del Orgullo en Bucarest”; como aquellas organizadas por hechos concretos que afectan al colectivo y que llaman a la movilización inmediata, por ejemplo la “Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista” en Argentina contra las políticas homófobas del presidente Javier Milei.

Este mes del Orgullo nos invita a recordar que el arco iris no es solo un emblema de conciencia y celebración de la diversidad. En un mundo atravesado por desigualdades, fracturas sociales y amenazas a los derechos ya conquistados, el Orgullo sigue siendo —y debe seguir siendo— un acto de lucha, memoria y resistencia activa.