Cuando el estrés crónico, el acoso o la sobrecarga persisten en el tiempo sin respuesta adecuada, pueden desencadenar consecuencias irreversibles. En estos casos, el suicidio no es un acto aislado ni puramente individual: es el reflejo de un sistema organizativo fallido que no supo escuchar a tiempo.

 

Un precedente legal: el suicidio reconocido como accidente de trabajo

En 2023, una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, ratificada por el Tribunal Supremo, marcó un antes y un después al reconocer un suicidio como accidente laboral. El caso ocurrió en Mercasa, una empresa pública donde un jefe de departamento se quitó la vida tras años de jornadas interminables, presión constante y un entorno laboral tóxico.

Los informes periciales, inspecciones de trabajo y cartas del propio trabajador confirmaron el vínculo directo entre sus condiciones laborales y el desenlace fatal. La justicia determinó que el suicidio era consecuencia directa de riesgos psicosociales no gestionados adecuadamente, obligando a la empresa a asumir responsabilidades legales, como el pago de pensiones a su familia.

Este precedente destaca la importancia de la salud mental en el ámbito laboral y subraya que su desatención puede ser tan grave como cualquier otro accidente.

 

¿Por qué el suicidio debería considerarse accidente laboral?

Reconocer el suicidio como accidente de trabajo no es una exageración ni un intento de exculpar decisiones personales, sino una manera de enfrentar con responsabilidad las consecuencias de entornos laborales dañinos. Las causas del suicidio suelen ser multifactoriales, pero cuando existe una conexión clara con factores laborales —acoso, sobrecarga, presión desmedida o aislamiento—, ignorar esa relación es una forma de impunidad.

Los riesgos psicosociales son reales y mensurables, como lo demuestra la legislación europea y española. Si una caída por falta de medidas de seguridad es un accidente laboral, también debe serlo un deterioro psíquico crónico que termina en suicidio, cuando se evidencia que la empresa no actuó para evitarlo.

Señales de alerta: lo que el entorno laboral no puede ignorar

El suicidio laboral no ocurre de forma repentina ni inexplicable. Generalmente está precedido por señales claras que, si se detectaran y atendieran a tiempo, podrían evitar desenlaces trágicos. Las empresas deben ser capaces de identificar estos indicadores como parte de su responsabilidad preventiva.

Algunas de las señales más comunes incluyen:

  • Cambios bruscos en el comportamiento, como retraimiento, irritabilidad, apatía o aislamiento progresivo.
  • Descenso en el rendimiento o dificultad para concentrarse, especialmente cuando no hay causas médicas identificables.
  • Comentarios preocupantes, ya sea explícitos («no puedo más») o indirectos («a nadie le importa lo que haga»).
  • Incremento del ausentismo o de solicitudes de baja por causas psíquicas (estrés, ansiedad, depresión).
  • Expresiones de sentirse acosado/a, desbordado/a o ignorado/a, sin respuestas eficaces por parte de la organización.
  • Reiteradas quejas sobre carga de trabajo, injusticias o conflictos con superiores, que no se canalizan a través de mecanismos formales.

Estas señales no deben interpretarse como “problemas personales” sino como indicadores claros de un fallo estructural. El suicidio laboral es, en esencia, el síntoma extremo de deficiencias estructurales en el clima organizacional, en los estilos de liderazgo y en la cultura empresarial.

El riesgo de suicidio laboral desde una perspectiva de género

Además, las organizaciones deben tener presente que los riesgos psicosociales (estrés, acoso, burnout…) no impactan por igual a todas las personas trabajadoras. De hecho, según UGT en su “Análisis de la siniestralidad laboral desde la perspectiva de género” de 2025, estos riesgos afectan enormemente a las mujeres, quienes son desproporcionadamente afectadas por conductas de hostigamiento sexual, menosprecio profesional o exclusión derivadas de prejuicios de género; experiencias que generan estrés crónico, ansiedad, depresión e ideas suicidas en no pocas ocasiones.

Aplicar la perspectiva de género a los riesgos psicosociales implica reconocer, por ejemplo, que ciertas formas de acoso o estrés laboral afectan de manera diferenciada a hombres y mujeres. Por lo que su abordaje deberá realizarse, asimismo, con sensibilidad de género.

En este sentido, la normativa actual establece la obligación de evaluar estos riesgos teniendo en cuenta dichas diferencias:

  • Criterio Técnico 104/2021 sobre actuaciones de la Inspección de Trabajo en riesgos psicosociales. Este documento guía de la Inspección de Trabajo reconoce los riesgos psicosociales como parte integral de la seguridad y salud laboral, y subraya que deben ser evaluados y gestionados como cualquier otro riesgo laboral, incluyendo variables como el género, el tipo de tareas o la organización del trabajo. La falta de actuación ante estos riesgos puede conllevar responsabilidades legales para la empresa.
  • Ley Orgánica 10/2022 de garantía integral de la libertad sexual. Esta ley amplía el enfoque preventivo en entornos laborales estableciendo el deber de incluir en la valoración de riesgos de los diferentes puestos de trabajo susceptibles de ser ocupados por mujeres, la violencia sexual entre los riesgos laborales concurrentes, debiendo formar e informar de ello al personal.

¿Qué pueden hacer las organizaciones?

Algunas medidas clave que toda empresa, especialmente desde sus áreas de Recursos Humanos (RRHH) y Prevención de Riesgos Laborales (PRL), debería implementar o reforzar son:

  • Protocolos contra el acoso laboral y sexual: Contar con un protocolo formal para prevenir, detectar e intervenir ante situaciones de acoso psicológico (mobbing) o acoso sexual es esencial. Estos protocolos –obligatorios por ley en materia de igualdad en España para el acoso sexual y por razón de sexo– deben difundirse entre la plantilla y activarse con diligencia ante la mínima señal de alerta. Implica tener canales confidenciales de denuncia, garantías de protección para la persona denunciante, e investigaciones objetivas que puedan derivar en sanciones a las personas agresoras.
  • Evaluaciones periódicas de riesgos psicosociales: Más allá de cumplir un trámite, las evaluaciones del clima laboral y factores de riesgo psicosocial (carga de trabajo, rol, liderazgo, apoyos, etc.) deben realizarse periódicamente y con rigor. Herramientas como encuestas anónimas de clima, entrevistas o grupos focales permiten tomar el pulso a la salud organizacional. Lo crucial es actuar sobre los resultados: si se identifica, por ejemplo, que un departamento sufre sobrecarga o conflicto, la dirección debe intervenir (reorganizar tareas, aumentar personal, ofrecer coaching, mediar en conflictos…).
  • Formación y sensibilización: Instruir a todos los niveles de la empresa en prevención del estrés y acoso. Por una parte, los cargos directivos y mandos intermedios requieren formación específica en liderazgo saludable, gestión de equipos y detección de señales de burnout o acoso en sus áreas. Por otra, la plantilla en general puede beneficiarse de talleres sobre manejo del estrés, resiliencia y, en especial, de sensibilización para el respeto y la empatía entre colegas. Una organización donde se habla abiertamente de salud mental –donde pedir ayuda no se vea como debilidad– es una organización que pone cortafuegos al suicidio.
  • Medidas de conciliación y flexibilidad: Muchas veces el estrés desbordado proviene de la dificultad para equilibrar el trabajo con la vida personal y familiar. Aplicar políticas de conciliación real (flexibilidad horaria, teletrabajo responsable, desconexión digital fuera de horario, permisos y licencias necesarias) contribuye enormemente a la salud mental de la plantilla. Esto también tiene un fuerte componente de género, pues suele aliviar cargas que recaen desproporcionadamente en las mujeres (cuidado de hijos, mayores, etc.), reduciendo uno de sus factores de estrés crónico.
  • Seguimiento de la salud mental:
    • Incluir la salud mental en las revisiones médicas laborales y en las encuestas de clima.
    • Ofrecer programas de apoyo psicológico (por ejemplo, servicios de asistencia al empleado/a o líneas de ayuda anónimas) puede marcar la diferencia para alguien en riesgo.
    • Asimismo, establecer protocolos de actuación ante signos de alarma (bajadas bruscas de rendimiento, ausentismo, comentarios derrotistas, etc.), de modo que las áreas de RRHH o Prevención puedan intervenir discretamente ofreciendo ayuda profesional.

Hacia entornos laborales más sanos y seguros

En conclusión, la prevención del suicidio de origen laboral exige compromiso real de las empresas en crear entornos de trabajo seguros también desde el punto de vista psicosocial. Las organizaciones deben entender que el bienestar emocional de sus trabajadores y trabajadoras es tan importante como su seguridad física.

Un clima laboral sano, respetuoso e inclusivo no solo resulta en una plantilla más motivada y productiva, sino que también evita tragedias.