La discriminación por razón de género ha existido a lo largo de la historia en todos los aspectos de la vida: desde lo económico a lo social o de lo psicológico a lo educacional. Actualmente, en la era digital, la influencia de los algoritmos (serie de instrucciones que permiten hacer y resolver diferentes operaciones) es más que evidente.

Funcionamiento del algoritmo

Este sistema de inteligencia artificial guía a cualquier aplicación hacia lo que encaja mejor con la persona. Las características se procesan una después de otra. Deben ser objetivas al resolver el problema, también ser leídas y ejecutadas de forma precisa y deben tener un número determinado de pasos.

La cuestión es que estos pasos para crear aumentan los prejuicios y sesgos humanos existentes por los datos con los que son entrenados. Es algo muy visible, sobre todo, en las redes sociales y sus motores de búsqueda que se diferencian dependiendo del tipo de contenido que se consume, perpetuando así roles de género, masculinidades frágiles, “cosas más de chicas o de chicos”, etc. Esto se extrapola a la política, la cultura, las relaciones, las profesiones y cualquier otro aspecto de interés social.

Algunas de las redes sociales como TikTok o Instagram son algunas en las que más se puede apreciar, aunque X, Facebook y el resto de las redes sociales, también sesgan el contenido y sus búsquedas. Además, la principal función de los algoritmos es proporcionar lo que más te pueda interesar. Pero ahí está el problema: ese sesgo va limitando con lo que te gusta, conoces, valoras y eso en algunos casos puede ser muy dañino, por alimentar gustos tóxicos y reforzar ideas que favorecen la desigualdad.

Estereotipos perpetuados gracias a este sistema

Por ello, esos códigos de búsqueda se deben modificar para contrarrestar el sesgo que ocasiona al funcionar de este modo. Sin embargo, ocasiona una diferenciación total, sobre todo, por la dirección del consumo de contenidos, muy basado en estereotipos. Para las mujeres, asociados a la belleza, moda, sentimientos o chismes, entre otros. En cambio, para los hombres con el poder, dinero, fuerza o liderazgo.

Los algoritmos solo son un fiel reflejo de cómo está la sociedad, por lo que no son los culpables en sí de discriminar a nadie, pero sí que aumentan las desigualdades sociales. Ese algoritmo, en la inmensa mayoría de los casos, está entrenado para maximizar la probabilidad de que lo que te recomienda sea lo que clicas, ya que su objetivo es que pases el máximo número de tiempo posible consumiéndolas.

Asimismo, puede discriminar por clases sociales en el caso de sistemas de operaciones automatizados, como solicitudes de crédito, ya que puede discernir entre los datos que existan para unas personas sobre otras, por lo que los algoritmos tienen el potencial para transformar positivamente muchos aspectos de nuestra sociedad, pero acaba agravando la desigualdad.