Desde antes de nacer, cuando los padres y madres conocen por primera vez el sexo biológico del bebé, nos clasifican en el género asociado al mismo, masculino o femenino. Por consiguiente, nos colocan una etiqueta ligada a un sinfín de actitudes, roles, capacidades, tendencias, valores, intereses…, prototípicos de cada uno. Teniendo en cuenta esta información, es interesante plantearse esta cuestión:
¿Debe la Igualdad de Género construirse desde la educación?
Son muchos, los que creen firmemente, que la respuesta a esta pregunta es un rotundo sí. En este sentido, en la última década, cada vez han sido más las instituciones públicas y privadas, que se han sumado a la iniciativa de incluir mayor formación en este ámbito, especialmente en los últimos años donde la revolución feminista ha llegado pisando fuerte.
Sin embargo, y aunque cada vez haya mayor consciencia y acciones que caminan rumbo a la igualdad, la educación en esta materia, aún tiene mucho recorrido por hacer. Tal y como propuso Adelia Castañón Suárez en 2013, que fue responsable de la Acción Sindical, Empleo y Mujer en el Sindicato de enseñanza de las Comisiones Obreras de Asturias, se necesita “una educación integral, que dé importancia no sólo a los conceptos, sino a todos los aspectos de la vida (…). Una educación, que combine las libertades y derechos individuales de las personas con los valores sociales de solidaridad, cooperación y respeto mutuo.”
En esta línea, se suscita también la necesidad de que esta educación, no sólo abarque al alumnado de los centros educativos ordinarios (colegios, institutos, universidades, etc.), sino que debe ir más allá, implantando planes de formación específicos para docentes, padres y madres, cuidadores, familiares… Esto supondría un paso más hacia un cambio transversal, ya que, como mencionan Matarranz y Ramírez (2018) en su publicación Igualdad de Género y Educación Superior, la igualdad de género, es un fenómeno social, que requiere que todos seamos agentes activos en su transformación.
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